Por: Jaime García Chávez
Hasta dónde será cierto lo que dijo un filósofo que no viene al caso mencionar su nombre: “Leer el periódico de la mañana es la plegaria matutina del realista”. Hoy, en algunos portales digitales, leí que la policía desalojó la protesta de los choferes que mantuvo bloqueado el centro de la ciudad de Chihuahua y que generó a lo largo del día de ayer un percance mayúsculo que afectó la vida cotidiana, la movilidad urbana indispensable por las actividades propias de los usuarios y se evidenció cómo pasan los años y los gobiernos y no llegan alternativas de fondo.
A desplantes de fuerza se ha respondido con soluciones de fuerza. Empero, el problema de la movilidad urbana y el transporte público en una ciudad como Chihuahua no es, lejos esta de ser y nunca ha sido, un problema de policía. Quienes no tienen mayor imaginación que cerrar las calles, reclamando poco más de medio millón de pesos por salarios devengados para presionar al gobierno, reciben como moneda de cambio una acción represiva, nocturna, que los repele y, por el mal humor social que se generó, un aplauso de coyuntura. Pero el problema de fondo ahí continúa.
Las soluciones ya son viejas. Quienes estamos comprometidos con una visión democrática, progresista y de izquierda, hemos escoltado nuestras propuestas a partir de la defensa de este delicado tema de la agenda social desde una perspectiva de lo público, chocando con quienes ven este servicio como una fuente exclusiva para satisfacer sus ganancias, despreciando el interés de la colectividad que necesita de un transporte eficiente, profesional, digno y que no se convierta en un esquilmo más de las modestas economías de la generalidad de los integrantes de la sociedad, particularmente empleados, asalariados, estudiantes, amas de casa, y en general quienes necesitan transitar por la urbe en búsqueda de la atención de sus requerimientos o por esparcimiento.
Está claro que no habrá solución de fondo en este tema mientras no haya una decisión de Estado de ir en contra de las corporaciones del tipo de la CTM, poderoso brazo del PRI y del gobierno cuando detenta el poder. Para decirlo claramente, mientras el desclasado Jorge Doroteo Zapata siga metiendo las manos hasta los codos en el transporte público y no haya poder que se le imponga, con la ley en la mano y privilegiando el interés de todos, las cosas continuarán como están o evolucionarán para peor.
Hay que poner un hasta aquí a una política gubernamental que gasta buena parte de los impuestos en generar infraestructura urbana para beneficiar a los que más tienen y a los que hacen negocio medrando de un servicio público. El empresario quiere que sus empleados lleguen a tiempo a las factorías, pero no quiere pagar impuestos; los charros sindicales del transporte están acostumbrados a hacer negocios fáciles con el Estado y no contribuyen con la parte que les toca a la hora de abordar las soluciones de fondo, que implica tarifas justas, horarios, regularidad del servicio, higiene, dignidad y buen trato. Obviamente que los trabajadores del transporte, estén donde estén, tienen su propia dignidad y sus propios derechos, particularmente sus salarios y la responsabilidad de actuar con probidad.
Llama la atención que la crisis en el transporte era una crisis largamente anunciada. Iba a estallar y no se actuó con la prevención debida; para todos está claro que el tema del Vivebús estuvo ausente en la transición y como problemática, como cero a la izquierda del discurso inaugural del Ejecutivo. Incluso los primeros pasos fueron ambivalentes y el tema llegó a la calle, ahora, con mayor gravedad, porque la magnitud explosiva del mismo se puede desbordar a una crisis mayor, evitable pero sin perder de vista que el tiempo corre en contra de las mejores opciones.
Quizás la CTM de Doroteo Zapata ya sea una entelequia electoral, pero el líder en el estado ya está amenazando con armas más poderosas y no perdamos de vista que los vasos comunicantes que unen a la gran empresa con el aparato del viejo sindicalismo mexicano no se va a parar en mientes a la hora de un desafío mayor. Por eso he dicho que en Chihuahua lo que no hagamos los ciudadanos por sí mismos, no lo va a hacer nadie. Los intereses creados saltan a la vista y, si no hay una voluntad real de ir a soluciones de fondo, terminan atropellando a la sociedad.
Realmente, como lector matutino de periódicos, ya no es una plegaria la que hago cotidianamente, porque si tomara un ejemplar de hace una semana, quince días, un mes, tres meses, varios años, me encontraría con la misma noticia, casi los mismos actores, la misma incuria, las mismas fuerzas públicas y la misma ausencia de una acción de Estado, explicable en el pasado, inexplicable ahora que llegó la democracia.