Por: Gustavo De la Rosa
En los últimos tres meses una vez más los homicidios dolosos en Ciudad Juárez rebasaron el límite tolerable en términos estadísticos.
En Japón hay dos homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes en un año, en Europa es alrededor de cinco, incluyendo los ataques terroristas.
En México, en los dos últimos años, se han alcanzado 17 por cien mil habitantes; la ONU considera alarmante cualquier número que pase de los ocho. Los mexicanos registramos esas circunstancias como de alto riesgo y el temor entre la ciudadanía se ha incrementado en todo el país.
Ciudad Juárez es una ciudad naturalmente violenta, por su situación geográfica, los grandes niveles de desigualdad, las agrupaciones familiares que han vivido en los círculos delictivos durante varias generaciones, y los odios y venganza que vienen de todo un siglo de actividades ilegales en el trasiego de mercancía.
Los juarenses nos hemos acostumbrado cómodamente a las actividades ilegales de la comunidad policiaco-delictiva, por lo que las tasas de homicidio tolerables para nosotros son superiores a las de Europa.
Aquí nos sentimos bien cuando sólo se asesinan a 20 personas por 100 mil por año (unos 22 homicidios por mes, incluyendo 4 o 5 ejecuciones), para nosotros es normal lo que para el resto del país es alarmante.
Después de la guerra entre cárteles, militares, federales y municipales de 2008 a 2013, Juárez empezó a recuperarse, aunque nunca logró reducir la tasa de hasta 400 homicidios por año, unos 30 por cada 100 mil.
Este año empezamos bien, unos 20 o 30 crímenes por mes, pero desde julio la situación se ha agravado; el número de homicidios subió a promedios cercanos a los 50 por mes y ha subido la audacia de los sicarios, y su brutalidad y publicidad contra las víctimas.
Un ejemplo, el restaurante Los Arcos es frecuentado por las familias fronterizas y los políticos en el poder, una especie de El Cardenal de la Ciudad de México; pues hace unos días frente a sus puertas fue asesinado un destacado hombre de negocios, ante su esposa e hijos. Sólo el viernes pasado fueron asesinadas 6 personas, y llegamos a 46 en agosto.
En otro caso, delincuentes destrozaron las puertas de entrada de una agencia de automóviles y robaron a la vista de todos cuatro camionetas ultimo modelo. Hay síntomas de que los sicarios de El Chapo se han fortalecido y pudieran intentar recuperar la plaza.
En estas condiciones es necesario dar la alarma a la sociedad para que volvamos a exigir puntualmente a las autoridades que se van y que vendrán, medidas concretas y específicas para reducir los asesinatos en la ciudad.
Me preocupa que los grandes diarios y medios de comunicación local han empezado a soslayar la crisis, con la consigna empresarial de hablar bien de Juárez sea cual sea la realidad, porque eso sucedió en Tamaulipas y en Veracruz y el silencio mediático permitió a la delincuencia controlar la ciudad, y a las autoridades, vinculadas a los delincuentes, declarar “aquí no ha pasado nada”.
Eso es grave porque después de una experiencia terrible, que costó la vida de 10 mil 500 personas; después de que entregamos desde la sociedad civil, en consulta con expertos, a las autoridades estatales federales y municipales los diagnósticos y los modelos policiacos necesarios para recuperar todo el territorio de la ciudad; hoy cuando vuelven a sonar las ametralladoras vemos que todos los planes y proyectos fueron tirados al bote de la basura, salvo un excelente programa de certificación de la Policía Municipal.
Pero por buenos que sean nuestros polis no van a poder contra los cárteles del narcotráfico, y sus sólidas vinculaciones con las policías investigadoras estatales o federales; aunque no creo que alcancemos tan pronto esas cifras, una guerra de baja intensidad recupera la audacia de los delincuentes para extorsionar y secuestrar.
Lo peor que se les podría ocurrir a los gobernantes presentes o futuros en lo inmediato, es traer soldados o federales. Ahorita tenemos una buena Policía Municipal, y hay modelos muy puntuales para fortalecerlos con participación ciudadana.
¡Ah!, y para acabarla, se murió Juan Gabriel.