Por: Luis Villegas Montes
Decía yo -antes de ser interrumpido por acontecimientos diversos -de lo que dan entera fe mis escritos de estas semanas- que, en realidad, no era a ese “Coco” al que quería referirme en mis líneas primigenias sino a otro. El “coco” del que quiero hablar… Antes de proseguir -y sólo para ilustrar mi punto de vista-, le cuento un chiste: Llega un niño y le pregunta a un paletero: “Oiga, señor, ¿tiene paletas de coco?”; “sí”; “¡Uuuuy! ¿Y no le da miedo?”. Pues de ese “Coco” es del que quiero hablar.
El “Coco” como macabrona entelequia -como el súmmum del pánico-, se parece mucho a ese legendario “Policarpo” del que da cuenta Benedetti en “La Tregua”. “Escribe” Martín Santomé: “Anoche, después de treinta años, volví a soñar con mis encapuchados. Cuando yo tenía cuatro años o quizá menos, comer era una pesadilla. Entonces mi abuela inventó un método realmente original para que yo tragase sin mayores problemas la papa deshecha. Se ponía un enorme impermeable de mi tío, se colocaba la capucha y unos anteojos negros. Con ese aspecto, para mí terrorífico, venía a golpear en mi ventana. La sirvienta, mi madre, alguna tía, coreaban entonces: ‘¡Ahí está don Policarpo!’. Don Policarpo era una especie de monstruo que castigaba a los niños que no comían. Clavado en mi propio terror, el resto de mis fuerzas alcanzaba para mover mis mandíbulas a una velocidad increíble y acabar de ese modo con el desabrido, abundante puré. Era cómodo para todos. Amenazarme con don Policarpo equivalía a apretar un botón casi mágico […]”.
Tal pareciera que en Chihuahua el “Coco” campea por sus fueros.
Con su aspecto terrorífico viene a golpear en nuestras ventanas -o en las pantallas de nuestra televisión o de nuestro ordenador- o se cuela por el Smartphone, a derribar la puerta casi; se nos mete por los ojos; no se está quieto y no se limita a acecharnos en la media noche; pertinaz, empieza su labor desde temprano y nos asalta, impune, a las nueve o diez de la mañana. La diferencia es que el “Coco” de nuestros días, ya no es esa especie de monstruo que castigaba a los niños que no comían; el de ogaño, es un ente amorfo, insidioso, prolífico, omnipresente, que nos embosca a todas horas, un día sí y otro también.
Desde una elección a Gobernador que empieza a prolongarse un poco quizá demasiado -con la amenaza latente e innegable, por un lado, de esta vez sí ir y quemar Palacio de Gobierno por parte de furibundas huestes albinegras o azuráureas (depende de cómo quiera Usted verlas), si las cosas no marchan a su gusto y modo; y por el otro, la de, ¡Ái, Dió mío!, anularla por parte de un TRIFE muy celoso de su deber-, hasta un ambiente de incertidumbre que va de la seguridad al dinero, pasando por el transporte público.
Hace tiempo, en otro lado, escribí: En el arranque del año de 2009, la Presidencia de la República, con un panista como titular, puso en marcha el Acuerdo Nacional en Favor de la Economía Familiar y el Empleo; entre otros aspectos, con el aval de las organizaciones empresariales y patronales de la República Mexicana, por este acuerdo se propuso: En apoyo a las familias mexicanas, a efecto de reducir el gasto en energéticos y ampliar su ingreso disponible: Congelar los precios de las gasolinas en todo el país y reducir el precio del gas LP en 10 por ciento, manteniéndose en ese nivel por el resto del año; en apoyo a la industria, para fomentar una mayor competitividad de la planta productiva nacional: Modificar la fórmula de determinación de las tarifas eléctricas industriales, a fin de reducir los costos operativos de la planta productiva nacional; reducir las tarifas eléctricas industriales en todas sus modalidades (20 por ciento para alta tensión, 17 por ciento para media tensión y 9 por ciento la de baja tensión y comercial); y permitir que un mayor número de empresas opten por una tarifa de cargos fijos por 12 meses con objeto de reducir su incertidumbre; en apoyo a las pequeñas y medianas empresas, también para fomentar una mayor competitividad: Realizar cuando menos el 20 por ciento de compras del Gobierno Federal a las PYMES mexicanas; y finalmente, se asumió el firme compromiso de garantizar un gasto público transparente, eficiente y oportuno.
En contraste, casi siete años después, luego de una serie de promesas de campaña incumplidas, la situación de la economía mexicana no puede ser peor (se halla en el fondo y escarbando), con las consecuencias negativas previsibles en perjuicio de los mexicanos; sin que la política de la Federación vea más allá de los índices macroeconómicos, completamente ajena a las necesidades y apremios cotidianos de la población que, a la postre, es la más afectada por la desastrosa política económica a cargo de la autoridad federal.
Continuará…