Éder, ¡Éder! fue el héroe portugués. Con Cristiano lesionado y llorando en la camilla, el protagonista más inesperado de la noche apareció en la segunda parte de la prórroga para negar a Francia la gloria en casa y darle a Portugal la primera Eurocopa de su historia. ¡Éder!, insisto. Un jugador de esos que se convierten con el paso del tiempo en objeto de mofa en las redes o en las tertulias entre amigos. "Ahora va Éder y gana la Eurocopa, jeje", se escuchó con su salida. Pues oye, mira. Nunca se sabe.
Un dominguero, héroe nacional. Pero dominguero en el buen sentido, como un currante de esos que sacan las castañas del fuego a las grandes superficies trabajando domingos y festivos. Pues eso fue Éder. En una gran empresa en la que los vendedores estrella no aparecieron, tuvo que ser el que ficha con la tarjeta a primera hora. Un nombre que estaba condenado a pasar como uno más en ese gran registro civil que es el fútbol y que ahora se guarda una placa con letras de oro.
La final fue un sopor. Bueno, supongo que es lo que pasa cuando no la juegan los tuyos. Nos hubiera parecido el día más emocionante del lustro... En fin, que pareció una siesta a deshora de esas de verano en las que te despiertas empapado en sudor y con el ruido del helicóptero del Tour de fondo. Pero aquí el sonido que despertaba al espectador era el del balón chocando con los guantes de Rui Patricio de vez en cuando. La primera, a un Griezmann que ya se veía con el torso desnudo empuñando la tricolor cual alegoría de la República Francesa en la celebración de la victoria. Su cabezazo desde la frontal olía a primera piedra de la edificación de la gloria, pero un manoplazo cerca de la escuadra la convirtió en arena de playa.
Y de repente cambió todo. En esa actualidad del fútbol en la que un club pide ánimos para un condenado por evadir impuestos, un futbolista que se marcha lesionado y entre lágrimas del partido más importante de su vida se convierte en cubo de bilis. Cristiano Ronaldo desata más odios que ningún otro atleta en el mundo. Sea por la camiseta que viste durante la temporada, por su forma de ser o por lo que sea, la espuma que sale por las comisuras de los labios de algunos impiden ver al deportista, a la persona que lleva desde niño dejándose la piel en cada partido o minuto de gimnasio para intentar ser el mejor en su trabajo, para jugar partidos como el de París. Por eso lloró, para regocijo de algunos, cuando Payet le despertó del sueño y la camilla le trasladó a la pesadilla.
La guerra perdió un general y se convirtió en trinchera hasta que las estrategias se rehicieron. Un ejército se vio sin liderazgo y el otro sin el gran rival al que anular. Y Rui Patricio siguió parando. A Sissoko (mención aparte para un jugador con tres pulmones que trató a todos sus compañeros como si fueran Bogart con aquello de "Sabes silbar, ¿verdad? Sólo tienes que juntar los labios y soplar"), a Giroud, a todos menos a Gignac, que se estrelló en el palo en el minuto 92' cuando Saint-Denis rozó el cielo con las yemas de los dedos.
Pero llegó la prórroga, Deschamps racaneó y Portugal se lo creyó. Raphael pegó una falta al larguero y un minuto después Éder se fabricó con un zapatazo lejano un trono en el Olimpo del fútbol luso.
Lloró Griezmann al despedirse de su Eurocopa como El Principito cuando dijo adiós a la rosa de su planeta antes de abandonarlo. Su torneo mereció mejor final, pero a su final le faltó un final feliz, el que rozó con la cabeza dos veces. Era el comandante de un transatlántico en busca del Golfo de Oro que tuvo que atracar en el mar de lágrimas del Cabo de Plata.
Cristiano levantó la Eurocopa y no la quería soltar. La había soñado toda la vida, la había llorado las dos últimas horas. Una foto más para un jugador de leyenda. Un día histórico para Portugal. Le jour de gloire est arrivé... pero no en París.
Fuente: Marca