Por: Luis Villegas Montes
Leí con atención, aunque con cierta repugnancia, una colaboración editorial titulada “Impugnación”, suscrita por León Reyes Castro; el famoso “Coco”. De entrada, con la única afirmación que coincido es con la relativa a que las reformas electorales no han servido para cambiar a los actores y hacerlos demócratas que “honren el modelo”: “Se instauró un nuevo modelo pero también se heredaron, ahora como mitos y superchería, los términos del pasado”.
Fuera de esa afirmación lo demás, todo, es lamentable y falaz. En primer lugar, el uso del lenguaje; yo, que poseo un lenguaje “florido”, por decir lo menos, no me atrevería a hacer uso de esa serie de expresiones en letra de imprenta. Es una falta de respeto para el lector. Empero, si esos fallos de forma constituyeran el único motivo de repulsa, no habría escrito estos párrafos.
Lo que me obliga a hacerlo, es la serie de afirmaciones categóricas del tipo: “Les guste o no México tiene uno de los mejores modelos en cuanto a se seguridad electoral”; “los dos cambios fundamentales que impiden y hacen imposible en las casillas cualquier intento de fraude, son el listado nominal con fotografía, las urnas transparentes y la cubanización de los funcionarios de casilla”; entre otras barbaridades. El punto de partida para esta réplica lo constituye la expresión (que pretende ser lapidaria): “Todos los militantes de cualquier partido político que se dediquen a temas electorales, saben que es imposible manipular en una casilla una elección”.
Falso, falso, falsísimo.
En primer lugar, lo cierto es que, precisamente ante la falta de demócratas, es imposible que ningún sistema electoral funcione como se debe. Es tan absurdo como pretender que “tenemos leyes buenas” per se al margen de los personajes (o personajas) encargados de aplicarlas.
Y si alguien lo sabe es él; el autor del infundio. Existen multitud de métodos que, con todo y el “moderno sistema”, sirven para defraudar la voluntad popular. ¿O ya no se acuerda del caso MONEX? Fue precisamente en esa elección, la de 2012, donde se puso a prueba la eficiencia de un sistema que hizo aguas por todos lados, empezando por las violaciones materiales a la Ley (no formales) que llevó al Presidente Peña Nieto a su actual cargo a lomos de Televisa, con el beneplácito de la mayoría de consejeros del bienvenidamente extinto Instituto Federal Electoral.
Lo que más daño le hace a este País es no decir las cosas como son; y emplear eufemismos tarados que sólo sirven para engañar incautos y aplazar lo que debería constituir un auténtico comienzo (Eufemismos como el atrevimiento de afirmar que los acuerdos los impulsó Salinas y no el PRI. ¿Qué era Salinas sino el líder del PRI? ¿Qué era Salinas sino la encarnación del PRI? ¿Su quintaesencia? ¿Su fruto, su producto, su legado? ¿Quién más priísta podía haber que no fuera Salinas?). Un auténtico comienzo, decía, un comienzo en todo, en toda la extensión de la palabra. Porque todo está del carajo: El sector energético, el de salud, la educación y un etcétera tan largo (o más) que la Cuaresma.
No hay otro modo de resolver un problema más que reconociéndolo. Ése es el primer paso; una obligación casi metodológica, si se quiere.
Y por si el autor no lo sabe o no lo recueda (¡pero claro que lo sabe!) de eso está llena la historia de los fraudes electorales en este País: De “valientes”, de cínicos, de temerarios y pentontos que iban a decirle a los demás: “Oiga vecino, ¿qué le parece si por una lanita le echamos una ayudadita al PRI?”. E incluso, esa pregunta retórica de “quién es el fregón que convence a todos o los corrompe para participar en la población del fraude” resulta ingenua por no decir insultante; porque él lo sabe (¡y claro que lo sabe! -es más, le consta-), que no es necesario convencer ni corromper a todos para trastornar un resultado electoral. Puede hacerse a través de acciones quirúrgicas casi, casilla por casilla, voto por voto, como lo han hecho desde el inicio de su historia (-y él lo sabe, ¡claro que lo sabe!-).
Respecto de lo que llama “caso concreto” (la impugnación del PRI), es evidente que no existió ningún fraude electoral y que el pueblo de Chihuahua se volcó en las urnas como hace años no lo hacía; pero esa realidad incuestionable, no puede servir como tapadera para negar la pertinencia y la inaplazable necesidad de una reforma político-electoral de fondo que de una vez por todas ponga fin a un sistema “poroso” que permite el fraude aun en nuestros días; empezando por la intromisión en los comicios de los distintos órdenes de autoridad en todas sus modalidades o la conformación “a modo” de los órganos electorales, por citar dos ejemplos. Ésa podría ser la ocasión para que Chihuahua se sitúe, de nuevo, a la vanguardia política nacional.
Miente y se engaña (en el mejor de los casos) el que afirme que se han superado las prácticas cotidianas que dieron origen a toda una picaresca electoral y a “prácticas atrabiliarias propias de un modelo político autoritario y de partido hegemónico”. Pero eso no es lo peor, lo peor es que partir de ese supuesto imbécil se empaña y compromete cualquier esfuerzo auténtico por impulsar un modelo que destierre en definitiva el desaseo electoral. Pero a eso, los que han hecho de la mapachería su modis vivendi, le tienen miedo; y por ello hablan de regularidad jurídica y sistemas electorales de ensueño.
… Aunque, en realidad, no es a ese “Coco” al que quería referirme en estas líneas.
Continuará…
Luis Villegas Montes
Fuente: unareflexionpersonal