Por: Víctor M Quintana S.
De Gabriel Borunda pueden y se van a recordar muchos aspectos: su talento literario; su impresionante erudición; su desenfado desafiante de lo establecido; su pedagogía para hacer de los talleres literarios una experiencia de disfrute y liberación de la creatividad personal, su ironía, a veces muy fina, a veces hasta soez. De esas cualidades muchos pueden escribir y decir.
Yo quiero recordar en estos momentos en que nos ha dejado dos series de experiencias que pudimos compartir con Gabriel, que tal vez no se conocen mucho.
La primera es la entrega de Gabriel y de su familia al trabajo de organización campesina. Fines de los ochentas, la época en que nos habíamos dado a la tarea de convertir el Frente Democrático Campesino, de un movimiento temporal a una organización permanente. Cada viernes viajaban desde Juárez a Chihuahua, Gabriel, Isabel, Gaby y Aidée, entonces niñas y de Chihuahua siempre había que ir a Namiquipa, a Bachíniva, a Guerrero, a Cuauhtémoc, a Matachic. Intensos fines de semana de asambleas, de chile colorado en las casas de los amigos de por allá, de carreteras y de muchas terracerías. Y se llegaba el domingo en la tarde, y van de nuevo Gabriel y compañía hasta Juárez para el trabajo y la escuela de toda la semana. Era un aporte y un desgaste de él, de Isabel y las dos niñas. Repetido con ánimos y sin quejarse durante muchos, muchos meses. De esos ires y venires y de la entrega de otras personas también fue cuajando la organización del Frente.
Pero no se vaya a pensar que eran jornadas sacrificadas y tediosas. Porque el mismo camino era un charlar, bromear, relatar festivo. Hasta llegamos a decir que íbamos tan entretenidos que sólo preparábamos las asambleas diez minutos antes de llegar a la comunidad. Ahí pude conocer al Borunda contador de historias, de charras. Pudimos de repente ponernos intelectuales y hablar de Foucault, de Bourdieu, de Galeano. Lo mismo nos recetaba un trozo de teoría literaria que pontificaba sobre las cualidades del inexistente “frijol de invierno”. Si se hubiera organizado un duelo entre él y yo de quien sabía menos de maquinaria agrícola, el resultado hubiera sido muy apretado.
Esa conversación interminable y sabrosa que fue su paso por el FDC tuvo también sus momentos tensos…que luego comentábamos entre risas. Como cuando la policía de Juárez nos desalojó del puente internacional de Santa Fe por protestar contra el Tratado de Libre Comercio. Las tácticas de la no violencia nos sirvieron hasta que un policía lidia-borrachos sujetó con firmeza al simpático literato metido de luchador campesino por la pretina del pantalón y lo llevó a donde nos tenían a todos confinados. O cuando un solemne personaje llamado “El Ranchero Solidario” hizo su aparición en una Plaza Hidalgo repleta de campesinos para arengarlos…pero fue opacado por un terno de short y playera verde fosforecente de Gabriel, siempre sonriente y dispuesto a la lucha. O cuando tuvo la ocurrencia de que frente al consulado de los Estados Unidos en Juárez, un contingente del FDC pidiéramos “asilo económico” y que los campesinos nos preguntaban, preocupados: “Pero, qué vamos a hacer si nos lo dan”?
Parafraseando a Saint Exupéry, podría decir, que lo mejor de las luchas, de las interminables carreteras, caminos, plantones, fogatas de esos días, es que nos hizo camaradas.
Luego la comunicación con Gabriel se hizo menos frecuente, tal vez más intelectual, como compañeros de trabajo en la UACJ. Pero él la retomó, a destellos, breves pero muy profundos, hace meses. El tema: la religión, pero no como institución, sino como experiencia personal de re-ligarse con la Trascendencia, como dice Leonardo Boff. Como encuentro, más allá de la razón con el Otro, que se expresa en el Nos-Otros. En la penúltima visita que le hice en la clínica me hablaba de la oración. Amante de los caminos, seguramente andaba buscando otro camino.
Gabriel fue un transgresor festivo. De las normas sociales anquilosadas y no tan anquilosadas. Del academicismo solemne y arrogante. De la derecha conservadora e hipócrita. De la izquierda dogmática y autoritaria. De la literatura ampulosa y engreída. Siempre se había dicho ateo, pero creo que en sus últimos años resultó transgresor hasta del ateísmo.
Vaya esta cariñosa memoria al compañero de tantos caminos.
Víctor Quintana