Uno de los primeros y trascendentales frutos del Sínodo Amazónico es, sin duda, este pacto firmado por un buen número de obispos, en una Celebración Eucarística en las Catacumbas de Santa Domitila en el Vaticano He aquí un extracto del mismo:
“Pacto de las Catacumbas por la Casa Común.”
Por una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana.
Nosotros, los participantes del Sínodo Pan-Amazónico, compartimos la alegría de vivir entre numerosos pueblos indígenas, quilombolas, ribereños, migrantes, comunidades en la periferia de las ciudades de este inmenso territorio del Planeta. Influidos por la escucha de sus gritos y lágrimas, acogemos de corazón las palabras del Papa Francisco: “Muchos hermanos y hermanas en la Amazonía cargan cruces pesadas y esperan el consuelo liberador del Evangelio, la caricia amorosa de la Iglesia. Por ellos, con ellos, caminemos juntos”…En profunda comunión con el sucesor de Pedro, invocamos al Espíritu Santo y nos comprometemos personal y comunitariamente a lo siguiente:
1.- Asumir, ante la extrema amenaza del calentamiento global y el agotamiento de los recursos naturales, un compromiso de defender en nuestros territorios y con nuestras actitudes la selva amazónica en pie.
2.- Reconocer que no somos dueños de la madre tierra, sino sus hijos e hijas.
3.- Acoger y renovar cada día la alianza de Dios con todo lo creado.
4.- Renovar en nuestras iglesias la opción preferencial por los pobres, especialmente por los pueblos originarios, y junto con ellos garantizar el derecho a ser protagonistas en la sociedad y en la Iglesia. Ayudarlos a preservar sus tierras, culturas, lenguas, historias, identidades y espiritualidades. Crecer en la conciencia de que deben ser respetados local y globalmente y, en consecuencia, alentar, por todos los medios a nuestro alcance, a ser acogidos en pie de igualdad en el concierto mundial de otros pueblos y culturas.
5.- Abandonar, como resultado, en nuestras parroquias, diócesis y grupos toda clase de mentalidad y postura colonialistas.
6.- Denunciar todas las formas de violencia y agresión contra la autonomía y los derechos de los pueblos indígenas, su identidad, sus territorios y sus formas de vida.
7.- Anunciar la novedad liberadora del evangelio de Jesucristo, en la acogida al otro demás y al diferente.
8.- Caminar ecuménicamente con otras comunidades cristianas en el anuncio inculturado y liberador del evangelio, y con otras religiones y personas de buena voluntad, en solidaridad con los pueblos originarios, los pobres y los pequeños, en defensa de sus derechos y en la preservación de la Casa Común.
9.- Establecer en nuestras iglesias particulares una forma de vida sinodal, donde los representantes de los pueblos originarios, misioneros, laicos, en razón de su bautismo y en comunión con sus pastores, tengan voz y voto en las asambleas diocesanas, en los consejos pastorales y parroquiales, en resumen, en todo lo que les cabe en el gobierno de las comunidades.
10.-Comprometernos en el reconocimiento urgente de los ministerios eclesiales ya existentes en las comunidades.
11.- Hacer efectivo en las comunidades que nos han confiado el paso de una pastoral de visita a una pastoral de presencia.
12.- Reconocer los servicios y la real diaconía de la gran cantidad de mujeres que dirigen comunidades en la Amazonía hoy y buscar consolidarlas con un ministerio apropiado de mujeres líderes de comunidad.
13.- Buscar nuevos caminos de acción pastoral en las ciudades donde actuamos, con el protagonismo de laicos y jóvenes.
14.-Asumir frente a la avalancha del consumismo con un estilo de vida alegremente sobrio, sencillo y solidario con aquellos que tienen poco o nada.
15.- Ponernos al lado de los que son perseguidos por el servicio profético de denuncia y reparación de injusticias, de defensa de la tierra y de los derechos de los pequeños, de acogida y apoyo a los migrantes y refugiados.
Conscientes de nuestras debilidades, nuestra pobreza y pequeñez frente a desafíos tan grandes y graves, nos encomendamos a la oración de la Iglesia. Que nuestras comunidades eclesiales, sobre todo, nos ayuden con su intercesión, afecto en el Señor y, cuando sea necesario, con la caridad de la corrección fraterna.
Acogemos de corazón abierto la invitación del cardenal Hummes: “Este sínodo es como una mesa que Dios ha preparado para sus pobres y nos pide a nosotros que seamos los que sirven la mesa".
Celebramos esta Eucaristía del Pacto como "un acto de amor cósmico". “¡Sí, cósmico! Porque incluso cuando se lleva a cabo en el pequeño altar de una iglesia de aldea, la Eucaristía siempre se celebra, en cierto modo, en el altar del mundo".