Por: Jaime García Chávez
No se les puede condenar sin condenarnos todos. La noticia circula por muchas partes: se castigará penalmente a los menores Jesús David (15 años), Jorge Eduardo (15 años), Valeria Janeth (13 años), Alma Leticia (13 años), Irving (12 años) por el crimen de Christopher Raymundo Márquez Mora, infante de 6 años de edad, asociado a los hechos que acontecieron en un terreno baldío en el fraccionamiento Laderas de San Guillermo, municipio de Aquiles Serdán. En un procedimiento abreviado, así se decidió. Y las sentencias van de los 9 años y medio a los 3 y medio. La mayoría de ellos estarán en libertad asistida, salvo el primero, primero que estará en el Centro de Readaptación Social para Adolescentes Infractores (CERSAI).
Ha corrido mucha tinta sobre este tema, pero muy poca en relación a lo que sucede con este caso y particularmente con el enfoque que ha de tener la determinación de la edad penal. Una orientación humanista del derecho penal debe iluminar este tema y los medios deben tener un comportamiento que contribuya para ello, pues no es correcto darles a estos menores la calidad de delincuentes consumados y tratarlos discriminatoriamente como un desecho de vidas que ya crecieron torcidas y que según esto jamás podrán rehabilitarse. Se les exhibe en las primeras planas cuando bien se sabe que esto no es correcto ni legal, que se está estigmatizando una vida.
El hecho que está en el origen del encasamiento penal, y esta precaria justicia de alguna manera nos condena a todos, y más a las instituciones del Estado que han fracasado. No se diga a la violencia que se trasmina por todas partes y a la demagogia efectista que se pone en práctica cuando suceden hechos tan dolorosos como la muerte del menor Christopher. Recordemos que César Duarte ordenó un demagógico proyecto de intervención social que en el nombre llevaba implícito el fracaso, fracaso que llegó muy pronto.
Muchas cosas van mal cuando nos encontramos con que a un hecho inadmisible y condenable le sucede una sentencia que no es sinónimo de justicia y unos medios complacientes con una orientación penal exclusivamente represiva y para satisfacer a las “buenas conciencias”.
Insisto: no se les puede condenar sin condenarnos a todos.